lunes, 23 de agosto de 2010

La educación y la violencia en Venezuela.

¿Cuál es el problema, que haya muchas armas muy ilegales, o que nos maten?

Esta pregunta-trampa cumple la función de alertarnos sobre los giros perversos que puede dar la discusión del problema de la violencia.

Siendo un punto común coincidir en que la preservación de nuestras vidas es un deber supremo, la discusión posterior suele tomar este giro: Como el problema es que nos maten, debemos discutir una ley de desarme y control de armas.

¿Seguro?

Parece que sí. Si recogemos las armas regadas por el país, que según algunas estimaciones twitterísticas rondan los 10 millones. Si además reforzamos los requisitos para tener armas legalmente. Si además, restringimos poderosamente el tipo de arma que se puede tener siendo un particular, definitivamente disminuirá la cantidad de muertes por arma de fuego.

Escuchamos y leemos a diario un discurso similar a este. Más aún cuando la violencia ha tomado las primeras planas de los periódicos y alguien ha encendido el ventilador de la censura. El interés en el problema de la violencia es enorme. Sin embargo, creemos que esta discusión es un camino seguro hacia el fracaso.

Para empezar, la discusión de los tecnicismos propios de una ley tan controversial como esta, agota todos los recursos sociales. No queda tiempo para discutir el fondo del asunto: la violencia. Para explicar esta situación, tomemos como ejemplo una sociedad donde cada persona tenga acceso a varios tipos de armas, pero no tendrá víctimas mortales si ningún arma es disparada. Es algo que se exgrime continuamente desde la asociación del rifle en EEUU, las armas no matan por sí solas, las personas lo hacen.

La asociación del rifle no es la organización favorita de varios defensores de la paz, incluidos nosotros mismos. Pero sería poco ético, además de estúpido, negar que tienen razón an algo. Principalmente cuando lo que dicen es inobjetablemente cierto.

Entonces: La discusión de leyes sobre la tenecia de armas, nos distrae del verdadero problema, la violencia.

Otro detalle a tomar en cuenta, respecto a la discusión de una ley de armas y desarme, es que nuestro país no llega a esta situación sin nada hecho en el tema relativo al control de armas. En Venezuela existen armas legales y armas que no lo son. Ha existido una forma legal de obtener un "porte". Y sin embargo esta legalidad no ha sido garantía de nuestra seguridad. Antes de hablar de nuevas leyes, vale la pena preguntarse ¿porqué esto ha sido así?, ¿porqué han fallado las leyes antes? No queremos repetir una historia de fracaso.

La creación de una ley, de una tan restrictiva como la que se puede esperar, siendo concebida en nuestra situación actual, tiene implicaciones que pueden redundar tanto en su fracaso como en la generación de una situación peor. Las razones para esperar esto se centran en la capacidad de nuestro Estado para hacer cumplir una prohibición severa y en el debate político que se dará en torno a la ley misma.

Es posible pensar que en el pasado se falló por tener instrumentos permisivos. Y si parece que debemos ser más estrictos en el presente, podemos adelantar que la dureza de las políticas no es garantía de nada. Este autor recuerda como desde hace algunos años los "portes de arma" fueron revocados. Detalles más, detalles menos, en estricto apego a la ley, todas las armas del país quedan en un cierto limbo desde el momento que tal medida fue tomada. De alguna manera tener una arma, cualquier arma, está casi prohibido en Venezuela. Sin embargo la violencia ha seguido aumentando.

Aventurando un escenario futuro posible: se prohibe la posesión de cualquier tipo de arma de fuego. Inmediatamente los tenedores y simpatizantes alzarán su voz de protesta. Dirán: "El Estado no puede garantizar nuestra seguridad, pero no nos deja defendernos". Luego agregarán: "Nosotros no podemos tener armas, pero los maleantes sí".

Estas muy probables reacciones encerrarían un mensaje: Hay posesión de armas que se deriva del problema de la violencia, sin ser su causa. Además el problema de la violencia evidencia una falla del Estado. Una falla que una nueva ley no va a solventar.

Para revertir esta matriz sería necesario crear organismos confiables, en los cuales dejar la responsabilidad del control. Eso no es imposible, pero requiere de un gran esfuerzo e inversión de recursos por parte del Estado. Un tipo de esfuerzo que no se ha visto en el pasado. Pensemos por ejemplo en los sueldos que se pagan en el sector público, la inversión que se hace en capacitación de nuestras policías, la construcción de infraestructura como escuelas, hospitales, etc.

Si por un lado no se refuerzan-crean costosas instituciones dedicadas al control de las armas y por otro lado sólo se reducen las posibilidades de obtener armas legalmente; se está creando el caldo de cultivo perfecto para la corrupción de las instituciones, la ampliación de los mercados negros y un aumento de las armas ilegales. Puede ser peor el remedio que la enfermedad.

Hay un último detalle que parece ir más allá de lo práctico, pero no deja de ser importante. Es el tema de la libertad. Si una persona quiere tener un arma, debe existir la posibilidad de que lo haga. En estas discusiones siempre pensaremos: libertad y responsabilidad son preferibles a control.

En un escenario de respeto a esta libertad sí proponemos una ley que regule la tenencia de armas. Una ley que de seguro es muy parecida a la existente. Debe regularse, no prohibirse, el transporte y uso de las mismas. No sabemos, ni queremos saber, prácticamente nada de armas, pero se nos ocurre que es posible clasificarlas así: deportivas, de defensa personal y militares. Esta u otra clasificación perimitirá definir tipos de impuesto y ciertas restricciones a su transporte. No queremos extendernos más, porque nos interesa la violencia, no las armas, pero agregaríamos que toda persona que desee portar armas debe someterse a exámenes médicos razonables y periódicos. Además debe asociarse a instituciones de práctica. Esto último, para prevenir mínimamente que se haga daño a sí misma o a sus personas cercanas.

Regresando al tema de la libertad: dando la posibilidad de que las personas sean responsables de sus decisiones, contribuiremos al desarrollo de la dimensión ética, profundamente humana del individuo. Impidiendo que las personas decidan, al prohibir las opciones, sólo estaremos contribuyendo a su deshumanización.

Obviamente, creemos que la violencia es un producto social más complejo que un montón de balas perdidas por ahí. La atmósfera de muerte que flota en los barrios más pobres de nuestras ciudades, es la única realidad que conocen sus niños. Para ellos se trata de una experiencia cotidiana. Pensar que podemos quitar las pistolas a sus hermanos mayores, y que ello terminará con el problema, es doblemente ingenuo. Es preciso sacarlos de allí, pero esto presenta un dilema. ¿Podemos obligar a las personas a cambiar, porque sabemos que la opción es mejor?

La respuesta varía de una situación a otra, y muchas veces no hay acuerdo. Hay ejemplos donde la discusión se ha alimentado desde lo más bajo de los interlocutores. Cultura, respeto y tradición son palabras que se han usado para levantar muros. Hay reflexiones que deben darse cuidadosamente en la mente de quien pretenda cambiar la sociedad.

Nuestra propuesta para esos niños es darles acceso a una opción diferente. Aquí entra de nuevo la libertad como máxima. La solución que proponemos es simple, es antigua. Es la escuela.

La escuela debe cumplir un rol simple: insertar en la sociedad. Esa acción es la clave que permite definir la escuela moderna como el motor del cambio social.

Para no entrar en tecnicismos tampoco en cuanto a la escuela. Nos detendremos en tres detalles: el horario, el cumplimiento y el fin.

El horario debe ser extenso. Debe rondar las ocho horas diarias. Esto permite tres cosas: mantiene a los niños lejos de la violencia de la calle durante un tercio del día. Crea un ambiente que facilita una buena alimentación en dos comidas, y cuida a los hijos de padres que trabajan durante toda la jornada laboral. Por último, permite promover actividades más allá de las clases, donde los niños se pueden relacionar entre ellos, con la presencia de una autoridad adulta.

El cumplimiento es el compromiso de mantener la escuela abierta a los niños durante el mayor número de días posible. Es una necesidad obvia, pero debe ser reiterada en nuestra situación actual. Los colegios cerrados durante meses son una realidad en nuestro país. Una realidad que echa por tierra cualquier buen diseño curricular.

La poca importancia que damos como sociedad al cumplimiento se evidencia en políticas como la reunión periódica del "consejo docente". Estas reuniones están pautadas con frecuencia mensual, último viernes de cada mes, en el calendario oficial. Para su realización los colegios están alentados a suspender clases durante ese día. Si tú que nos lees pones atención a ello, notarás como esos últimos viernes de cada mes, aumenta el ausentismo laboral de aquellas mujeres con hijos en edad escolar. O como deben alternar su trabajo con el cuidado del imberbe, en los pocos lugares de trabajo donde les es permitido llevar a sus hijos.

Otro ejemplo que ilustra la falta de cumplimiento de nuestras escuelas, se encuentra ligado a los procesos electorales. Éstos se realizan en una gran cantidad de colegios, que funcionan como centros electorales a nivel nacional. La realización de elecciones en Venezuela, requiere un despliegue de seguridad asombroso, parte del cual es la toma militar de los centros electorales (colegios) desde una semana antes del evento. Esta ocupación se puede extender hasta media semana después. Cuando las elecciones se realizan fuera de los períodos vacacionales esto puede significar una perdida considerable, de mucho más de semana y media. Un ejemplo ocurrirá en las próximas elecciones legislativas del 26 de septiembre. Puesto que la interrupción ocurrirá unos trece días después del comienzo de las actividades, el 13 de septiembre, muchas instituciones han optado por comenzar actividades luego de la desmilitarización completa de los centros. Esto es, en octubre.

Por último agregaremos que estamos conscientes de que una gran cantidad de días de actividad se pierden por problemas de infrestructura, falta de maestros, etc.

Por último hablemos del fin de la educación. Debe ser la inserción de un individuo en una sociedad libre. Ese debe ser el norte y no debe ser olvidado. Si la persona aprende, por ejemplo, a leer, será porque eso le ayudará a desenvolverse mejor socialmente, no sólo porque garantice convertirse en un mejor profesional. Debemos olvidar la capacitación como centro. La independencia moral del individuo, Jean Piaget dixit, es el verdadero objetivo.

Este escrito produjo una interesante reacción que hemos publicado aquí.

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